domingo, 17 de enero de 2016

Homilía del Abad Benito (17 de enero de 2016)

2° DOMINGO ORDINARIO C (Is 62,1-5  1 Cor 12,4-11 Jn 2,1-11)
La primera lectura y el evangelio nos hablan del matrimonio.
Estamos celebrando el año santo de la misericordia que nos invita a reflexionar sobre las imágenes del Dios de la misericordia: Buen Pastor en busca de la oveja perdida y papá que espera, recibe y festeja al hijo que se fue en rebeldía y ahora vuelve arrepentido. Pero en la Sagrada Escritura hay una tercera imagen que va en la misma línea y en igual profundidad. Esta imagen recorre toda la Sagrada Escritura desde el Génesis hasta el Apocalipsis: Dios el Esposo, Israel, la Iglesia la Esposa. Esta imagen está teñida de la mancha de la infidelidad de la esposa; pero sobre todo de la fidelidad inquebrantable del Esposo; texto cumbre el segundo capítulo del profeta Oseas. Dios el Esposo hace lo que ningún esposo humano
Haría: confesarle a la esposa infiel que no puede estar sin ella, que no soporta su ausencia…
En el texto de hoy de Isaías tenemos una fugaz alusión a la traición y al castigo: “Abandonada, Devastada”; pero se subraya con fuerza la afirmación del perdón que surge de la inquebrantable fidelidad del Esposo. “Desposada porque el Señor pone en ti su deleite” “Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye” En Oseas el Esposo le devolvía la virginidad a la esposa que lo había traicionado. Isaías termina con esta afirmación sorprendente y consoladora: “Así serás tú la alegría de tu Dios” El mismo pensamiento en las parábolas de la misericordia del capítulo 15 de Lucas “Hay más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” ¡Qué aliento en el camino de la conversión: voy a ser la alegría de Dios”
        El Evangelio: Las Bodas de Caná.
En todo el NT solamente en tres ocasiones encontramos a Jesús hablando personalmente con su madre. La primera, en el evangelio de Lucas, cuando María le reclama a su hijo de 12 añitos porque se quedó en el templo sin avisar.
“¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que debo estar en los asuntos de mi Padre? Lc 2,49-52. Era la revelación de su identidad: Hijo de Dios. Ni José ni María entienden; pero María guardaba estas cosas en su corazón. Las otras dos ocasiones son la de hoy en el evangelio de la boda de Caná y la tercera, también del evangelio de Juan 19,26 “Mujer ahí tienes a tu hijo”
Estos dos pasajes tienen una relación muy profunda. En los dos se habla de “la hora de Jesús”; en las dos se habla de “la madre de Jesús” sin nombrarla; en las dos Jesús se dirige a ella diciéndole simplemente “mujer”.
Los estudiosos del Evangelio de Juan están de acuerdo en lo que algunos llaman “ironía joánica” Encontramos como dos corrientes de pensamiento: la de superficie, la obvia y
Y la profunda, oculta bajo los símbolos: El agua de la samaritana, el pan multiplicado, y aquí el vino.
Como dijimos al principio, el matrimonio como figura de la unión de Dios con su pueblo, con la humanidad, recorre toda la Sagrada Escritura.
En esta fiesta de casamiento en Caná faltaba el vino, cosa trágica para la fiesta. Con su intuición femenina interviene la Virgen:  “No tienen vino”. Jesús entiende lo que su madre le quiere decir, pero “mi hora no ha llegado todavía”. La madre da por supuesto que Jesús va a hacer algo y le dice a los sirvientes: “Hagan todo lo que él le diga” No sólo supone que el hijo va a hacer algo sino que intuye que no lo va a hacer solo; los sirvientes también tendrán que actuar. Las tinajas eran para contener el agua de las purificaciones legales. Estas caducan ahora, con la fiesta de bodas anunciadas en el AT y se podrá gustar “el buen vino” de la presencia del Mesías y la manifestación de su gloria.
En el otro texto,  María a los pies de la cruz, ante la indicación de Jesús “Mujer ahí tienes a tu hijo” guarda silencio. No era un gesto de piedad filial, ofrecerle compañía a la viuda sola; era un mandato, una misión que el Mesías moribundo le daba: María madre del discípulo, madre de los discípulos, madre de la Iglesia. María acepta en silencio la misión. 

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