sábado, 20 de agosto de 2016

San Benito: la moral y la política II parte.

SAN GREGORIO MAGNO, DIÁLOGOS II. 
CAPÍTULO XXXI: DE UN LABRIEGO MANIATADO, QUE DESATÓ CON SÓLO SU MIRADA.
Un godo por nombre Zalla, afiliado a la herejía arriana, en tiempos del rey Totila, se encendió en odio
y bárbara crueldad contra los varones piadosos de la Iglesia Católica, hasta el punto de que si algún
clérigo o monje topaba con él no escapaba con vida de sus manos. Un día, abrasado por el ardor de
su avaricia y ávido de rapiña, le dio por afligir con crueles tormentos a cierto labriego, y a torturarle
con varios suplicios. El rústico, vencido por tales tormentos, declaró que había confiado todos sus
bienes al siervo de Dios Benito, para que creyéndole su verdugo, diera entre tanto tregua a su
crueldad y pudiera ganar unas horas de vida.
Cesó entonces Zalla de atormentar al labriego, pero le ató los brazos con gruesas cuerdas y comenzó
a empujarle delante de su caballo para que le mostrara quién era el tal Benito, que había recibido en
depósito todos sus bienes. El labriego, que iba delante con los brazos atados, le condujo al
monasterio del santo varón, a quien encontró sentado junto a la puerta, solo y leyendo. El labriego
dijo al cruel Zalla, que iba detrás de él: "He aquí al abad Benito, de quien antes te hablé". Zalla fijó en
él su mirada llena de ira y ferocidad, y creyendo que podía usar con él los procedimientos terroristas
que acostumbraba, empezó a gritar fuertemente, diciéndole: "¡Levántate, levántate! ¡Devuelve todo lo
que recibiste de este labriego!". Al oír estas palabras, el hombre de Dios, levantó sus ojos de la
lectura, le miró y fijó también la vista en el labriego que mantenía maniatado. A1 poner los ojos sobre
los brazos del labriego, comenzaron a desatarse de un modo maravilloso y con tanta rapidez las
cuerdas que ataban sus brazos, que no hubiera podido desligarlos tan presto celeridad humana
alguna. Al ver Zalla cuán fácilmente quedaba desatado aquel que había traído maniatado consigo,
aterrado ante la fuerza de tal poder, cayó del caballo y doblando a las plantas de Benito aquella su
cerviz de inflexible crueldad, se encomendó a sus oraciones.
El hombre de Dios no dejó por eso su lectura, pero llamó a los monjes y les mandó que introdujeran a
Zalla en el monasterio y que le obsequiaran con algún alimento bendecido. Cuando volvió a su
presencia, le amonestó a que dejara tanta insana crueldad. Y así, al retirarse aplacado, no se atrevió
a pedir nada a aquel labriego, a quien el hombre de Dios había desatado sin tocarlo, con sóla su
mirada.
Esto es, Pedro, lo que antes te decía: que aquellos que sirven con más familiaridad a Dios
todopoderoso algunas veces suelen obrar cosas admirables con sólo su poder. Pues el que estando
sentado reprimiera la ferocidad de aquel terrible godo, y con sólo su mirada deshiciera las cuerdas y
nudos que ataban los brazos de un inocente, nos indican por 1a misma rapidez con que se hizo el
milagro, que había recibido el poder de hacerlo.
Ahora añadiré también un magnífico milagro, que obtuvo por medio de la oración.

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