sábado, 29 de abril de 2017

La antropología bíblica de la Regla de san Benito V

Vínculo con la teología bíblica

En la RB como en la Biblia, Dios está primero y el hombre segundo. El hombre no es nada más que por Dios, su creador. Si él se convierte en monje, es por un llamado de Dios. No llegará al Reino si Cristo no lo conduce allí (72,12), por los caminos trazados por él mismo (Pról 21). Sin cesar debe escuchar la Escritura, a Cristo, el abad que ocupa el lugar de Cristo y que no puede enseñar, mandar o establecer que este fuera del precepto del Señor (2,4). El secreto del monje “está en buscar a Dios” (58,7) “imitando al Señor” (7,34). Es con justo título que, sirviéndose de un texto de salmo estructurado por esquema. San Benito hace cantar tres veces al novicio llamado a hacer la profesión: “Recíbeme, Señor, según tu palabra y viviré”(58,21). La vida monástica enseñara al monje en su espera intima si se deja tomar por Dios y conducir por su palabra.
Si el monje está constantemente subordinado a Dios, él le está también coordenado. Busca a Dios y Dios lo busca. Espera a Dios y Dios espera que se convierta a él. La relación entre Dios y el hombre en la Biblia se presenta por lo tanto de manera tan concreta que el esquema tríadico que estructura la vitalidad del hombre estructura también la de Dios. Así como el monje busca a Dios escuchándolo, amándolo y obrando, así Dios busca al monje hablándole y escuchándolo, mirándolo y amándolo, protegiéndolo, sosteniéndolo con su Espíritu  en su actividad. Esta imagen de Dios, claramente expresada en la RB, es idéntica a la de la Biblia. La antropología de la RB se apoya sobre el reconocimiento de una relación fundamental del hombre con Dios y no se comprende más que por ella. También es útil dibujar la imagen de Dios que ofrece la RB para tomar mejor la del monje. Las dos comportan los tres niveles descriptos.
Como el hombre creado a su imagen, Dios, según la RB y la Biblia, tiene desde un principio un corazón: un corazón cuyo misterio es inaccesible e impenetrable, pero que deja filtrar una parte de sí mismo, la que pone en relación con el hombre. Dios ama al hombre; por la fuerza de este amor, el monje es capaz de sobrellevar las dificultades que encuentra: “En todo ello, vencemos en razón de aquel que nos ha amado”(7,39); “Dios es bueno (pius)” (Pról 20.38; 7,30). Su bondad para con nosotros se manifiesta en su paciencia, por medio de la cual nos conduce a la penitencia; también se manifiesta en la espera de nuestra conversión y en la indicación que nos da el camino de la vida. Cuando la bondad de Dios para con el hombre es quebrantada, puede cambiar en tristeza y en cólera. Estos sentimientos del corazón son provocados por el comportamiento del hombre. Dios es “contristado por nuestras malas acciones” e “irritado por los males que cometemos” (Pról 6.7). Tienen una resonancia sobre el destino del hombre: El libra a la pena eterna a los detestables servidores que no hubieran querido seguirle a la gloria (Pról 7). El corazón de Dios es rico también de una inteligencia por medio de la cual se muestra “escrutando los riñones y los corazones” de los monjes y gracia a la cual “conoce sus pensamientos” (7,14.15). También está dotado de una voluntad que debe “cumplirse en nosotros” (7, 19.32)
Como sucede con el hombre, las reacciones del corazón de Dios proceden a menudo de su mirada. “Cuando ustedes hubieran cumplido eso mis ojos estarán sobre ustedes” (Pról 18). El monje debe saber con certeza que Dios lo mira en todo lugar (4,49). “Que el hombre reflexione que es visto por Dios desde lo alto del cielo a toda hora, y que sus obras y gestos son percibidos en todo lugar por la mirada divina” (7,13). Esta consideración, capital a los ojos de San Benito, es repetida con insistencia: “los ojos del Señor inspeccionan a los buenos y a los malos, y el Señor echa su mirada sin cesar desde el cielo sobre los hijos de los hombres para ver si es inteligente o que busque a Dios” (7,29). Al comienzo del capítulo 19, la RB recuerda el axioma fundamental: “En todas partes creamos que Dios está presente y que los ojos del Señor inspeccionan en todos los lugares a buenos y malos” (19,1). Si es importante que el monje se compenetre con este pensamiento, es porque la mirada de Dios prepara su juicio final.
La imagen de Dios es también solidaria con la del hombre a otro nivel, el de la lengua y de la escucha. No solo la mayor parte de las 270 citas escriturarias de la RB nos envían a la palabra de Dios, sino que la frecuente mención explícita de la voz divina subraya su rol determinante en la vida del monje. Todo comienza con ella: “Escuchemos lo que la voz divina nos grita cada día: Hoy si ustedes escuchan mi voz” (Pról 9-10). Esta voz divina, por la cual “yo le diré: Heme aquí” (Pról 18), es atrayente “¿Hay algo más dulce para nosotros que la voz del Señor que nos invita?” (Pról 19). Es en efecto, el Señor mismo quien nos llama a su reino (Pról 21) y que nos invita a escuchar “lo que el espíritu dice a las Iglesias” (Pról 11). Dios dialoga con el monje a quien interroga y al cual responde. Cuando el momento de hacer la profesión llegue, reclamará el compromiso divino: “Recíbeme Señor según tu palabra” (58,21). La actitud esencial y constante del cenobita consistirá en “imitar con hechos la voz del Señor” (7,32) que le hablara por la del superior: “Quien a ustedes escucha a mí me escucha” (5,6.15). La voz de Dios puede guardar silencio enfrente de las agitaciones del monje, pero ella se expresara en el juicio final: “Esto hiciste y callé” (7,30).
Dios habla y escucha. “Mis oídos están dirigidos hacia vuestras oraciones” (Pról 18).
Aunque a pesar del ejemplo de la Biblia, la RB evita, cuando hace alusión a Dios, evocar las manos o los pies, se refiere muchas veces a su acción, comprometiendo con esta vía el tercer nivel en la imagen de Dios. Que monje no emprenda nada nuevo sin pedir a Dios en la oración que el mismo lo lleve a su fin: “ab eo perfici” (Pról 4). Las buenas obras son en efecto cumplidas no por hombre, sino por Dios (Pról 29) y desde entonces los monjes tienen que glorificar “al Señor que actúa en ellos” (Pról 30). ¿Son débiles? Es “el Señor todopoderoso quien opera la salvación” (28,5). Su manera es desde el comienzo “indicar el camino” (Pról 20.24), luego poner a prueba (7,40-41). Durante este camino de prueba, Dios sostiene y protege al monje (73,9) que “debe confiar en su ayuda” (68,5).
Un pasaje del Prólogo sintetiza la actitud de Dios agrupando los tres niveles según el esquema. Después de que hubo mencionado sus ojos, sus oídos, y su presencia, el texto prosigue: “¿Hay algo más dulce para nosotros que la voz del Señor que nos invita, hermanos queridos? He aquí que en su bondad el Señor nos muestra el camino de la vida” (Pról 19-20).
Los ángeles intermediarios entre Dios y los hombres, están igualmente dotados de los tres niveles del esquema hebraico. Es “bajo la mirada de los ángeles” que los monjes salmodian (19,5). “Suben y bajan” la escala de Jacob (7,6). Y “a toda hora ellos cuentan a Dios todas nuestras acciones” (7,13), “día y noche, cotidianamente, las obras de nuestra actividad son anunciadas al Señor por ángeles que se nos han asignado” (7,28).
La empresa de búsqueda mutua en la cual consiste la vida monástica implica por consiguiente, de parte de Dios y del hombre, un compromiso de sus respectivas vidas según la clave tríadica del esquema bíblico. Dios, por amor, llama al hombre; el hombre escucha la voz de Dios. Poniendo su corazón, responde con sus obras a los preceptos de Dios, de la regla y del abad. Y Dios mira las obras del hombre para juzgarlas.

El encuentro más alto entre Dios y el Hombre se realiza en el oficio divino en el que se hallan unidos por la palabra y la escucha del corazón y la mirada, el gesto y el paso de uno y del otro. La RB retoma, y aplica a su proyecto bien definido, la visión, el vocabulario y la historia de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Es el Dios de Israel, el Dios de Jesucristo, quien aparece en la RB bajo los trazos bíblicos. Del mismo modo presentado el hombre, no según el dualismo helénico, sino según la triada de la Biblia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario