miércoles, 28 de marzo de 2018

Breve diálogo sobre la pureza de corazón con un “monje luterano”


V. ¿Podrías sintetizar tu pensamiento sobre la pureza de corazón?



Kierkegaard dixit: “...la pureza de corazón radica en querer una sola cosa. Esta es la tesis que ha motivado el discurso con que hemos comentado las palabras apostólicas: ¡Acercaos a Dios y El se acercará a vosotros, limpiad vuestras manos, vosotros pecadores, y purificad vuestros corazones, vosotros los indecisos! Porque el entregarse al Bien es una total decisión anímica, y no es factible por medio de la astucia y de la adulación de la lengua afirmarse en Dios, en el supuesto de que el corazón esté lejos. No, puesto que Dios es espíritu y verdad, sólo se puede permanecer cerca de El con sinceridad, por querer ser santo, como El es santo por pureza de corazón”[1].



La pureza de corazón que es “entregarse al Bien” y “afirmarse en Dios”, confiando filialmente en Él, es “una total decisión anímica”, que “no es factible por medio de la astucia y de la adulación de la lengua”. No hay pureza de corazón sin confianza, sin sinceridad, sin apertura de corazón, sin actitud filial, y por tanto sin escucha, sin diálogo, sin paternidad espiritual.

A la exhortación de Santiago (Cf. St 4,8) que motiva y orienta tu discurso, hace eco la bienaventuranza del Evangelio: Benditos los puros de corazón porque ven a Dios (Cf. Mt 5, 8), permanecen cerca de él, caminan humildemente en su presencia y quieren que él los haga santos. La pureza de corazón restaura en el monje la imagen de Dios, lo hace semejante a Dios y lo configura con Cristo, manso y puro de corazón.



VI. Paul Ricoeur, otro hermano hijo de la Reforma, ha dicho “el signo da que pensar”, ¿podrías regalarnos, para concluir nuestro breve diálogo, un signo para seguir pensando la “pureza de corazón”?



Kierkegaard dixit: “Pureza de corazón: se trata de una figura del lenguaje que compara al corazón con el mar, ¿por qué es así? Simplemente debido a que la profundidad del mar determina su pureza, y su pureza determina su transparencia. Puesto que el mar es puro únicamente cuando es profundo, y es transparente si es puro, tan pronto como es impuro deja de ser profundo, y no es otra cosa que agua en superficie, y así como hay agua tan sólo en superficie ya no es transparente. Por el contrario cuando es puro en profundidad y transparencia, entonces resulta de una sola consistencia, no importa lo mucho que se le observe; en tal caso su pureza constituye constancia en profundidad y transparencia. Desde este aspecto comparamos al mar con el corazón, pues la pureza del mar consiste en la constancia y transparencia. No hay tormenta que pueda conturbarlo; ninguna ráfaga de viento agita su superficie, ninguna espesa neblina puede extenderse sobre él; ninguna duda puede agitarlo; ninguna nube oscura es capaz de oscurecerlo: antes bien, permanece calmo, transparente en su profundidad. Si hoy pudieras contemplarlo, te sentirías transfigurado al observar su pureza. Si lo estuviste contemplando todos los días, declararías que siempre es puro... similar al hombre que quisiera una sola cosa. Así como el mar, cuando está calmo y profundamente transparente, refleja lo celeste, lo mismo pasa con el corazón puro, cuando esta en calma y profundamente transparente, anhela ansiosamente el Bien. Como el mar se hace puro sólo por su impulso hacia arriba, así también el corazón se purifica al anhelar únicamente el Bien. Así como el mar espejea la elevación de los cielos en sus profundidades puras, así también el corazón, si está calmo y profundo en transparencia espejea la divina elevación del Bien en sus puras profundidades. Cuando ocurre de esta manera entre el cielo y el mar, entre el corazón y el Bien entonces es posible afirmar que existiría una limpia impaciencia para codiciar un elevado reflejo. Porque si el mar es impuro resulta incapaz de proporcionar un puro reflejo del cielo”[2].



Gracias por tu generosidad, te pedimos un signo para pensar y nos regalaste una hermosa parábola, con su explicación, para nuestra meditación personal y comunitaria.



Nos encomendamos a tu oración “monástica” para que el Señor nos conceda un corazón puro y una ardiente caridad para recibir el don del Reino que vino, viene y vendrá; porque como bien afirma la especialista ya citada: “Más que un tratado (La pureza de corazón es querer una sola cosa), es la oración de un penitente que en soledad y recogimiento interior ruega para que en su corazón se cumpla el deseo de querer de verdad una sola cosa: el BIEN, única eternidad en el tiempo que se aplica y resiste a todos los cambios”.




[1]La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 197.
[2]Idem., pp. 197-199.

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